miércoles, 12 de marzo de 2008

CAPITULO V

Mientras avanzaba el día y Ed seguía durmiendo la fiesta del día anterior, unos extraños personajes con aire conspiratorio y acento teutón se presentaron el la recepción del hotel. El recepcionista escamado por todo lo acaecido desde la llegada de Ed, les dio largas y llamó de inmediato a Benancio que aún seguía apurando orujos de hierbas, con El Matarranas en la barra del local, guardó la botella en el bolsillo y apremió al transpuesto Matarranas a ir al rescate de Ed.

Entre los dos arrastraron, más mal que bien, al pobre Ed hasta la casona. Matarranas, ya harto de cospiraciones, siguió su camino mientras Benancio espabilaba a Ed a base de abrirle la boca y verter en ella orujo de hierbas que como es sabido siempre fue un licor medicinal.

Aún con los sentidos embotados, Ed se vio sometido al espectáculo de un Benancio hiperactivo desplazando, con gran estrépito, todo lo que encontraba a su paso para clocarlo sobre la trampilla del sótano mientras, a trompicones, explicaba historias de nazis perseguidores.

Después de cubrir con trastos la entrada al sótano sentenció – Ahora me largo a París, tu no te dejes ver mucho-

Pero poco acostumbrado como estaba a viajar, se equivocó de Puerta y aterrizó en Santiago de Compostela. Para reunir dinero y poder llegar a París decidió tocar la gaita en la plaza del Obradoiro a cambio de algunas monedas, pero su gaita no sonaba, fue entonces cuando descubrió, con asombro, que estaba rellena de marihuana. Sin entretenerse a pensar cómo había ido a parar allí, azuzado por la visión de una pareja de la guardia civil busco a la desesperada asilo en suelo sagrado y alzando la vista a Dios topo con el Botafumeiro, la dejaría allí, provisionalmente mientras la guardia civil rondara por la plaza, después ya se vería.

Dentro de la basílica el botafumeiro fue puesto en acción para deleite de peregrinos, que sumieron en un éxtasis inesperado, y recitaron a coro un soneto de Corpus Chisti de Garcia Nieto, alertando a la guardia civil con el extraño murmullo.

Mientras Benancio cosechaba un éxito considerable, que le permitía la compra, a base de monedillas, de un billete low cost a París.

Esta vez llegó a París, soñando que se hundía en un Titánic lleno de cuentistas locos.

Ya en el taxi sacó de uno de sus bolsillos una nota arrugada, que había encontrado en la casona, y pasándola al taxista que la cogió con manifiesta repugnancia, fue plantado frente aun anticuario.

Benancio traspasó la puerta y miró a su alrededor estaba rodeado de obras de arte antiguo, sin darle tiempo a nada le abordó un hombre elegantemente vestido con intención de acompañarle a la puerta, pero su actitud cambió de golpe cuando Benancio le enseño el roñoso papel rescatado de las manos del taxista.

-Veo que le envía Alejandro, viejo amigo mío, lamentablemente fallecido- Soltó el francés con tono melifluo. Benancio frunció el entrecejo y le espetó -¿Qué es lo que Vd. anda buscando, los trastos de la casona?- Tranquilo, amigo, sólo quiero ofrecerle la posibilidad de un excelente negocio, usted posee un objeto que me pertenece, aunque yo nunca lo llamaría trasto, se refiere a la casona de Cangas, n’est pas?- le respondió el francés mientras le ofrecía un cigarrillo. -No fumo, soy gaitero- respondió Benancio hoscamente y salió como alma que lleva el diablo.

En Cangas Ed cargaba la maleta cuando Benancio recién llegado de París se plantó frente a él -¿A dónde vas, Ed? me parece que andas metido en un buen lío y más vale que lo resuelvas antes de marcharte, porque vayas donde vayas, te van a seguir...-


Y lo siguieron, y lo encontraron y a partir de aquel día ni hombre ni bestia supo de él. En Cangas cada cual volvió a lo suyo observando de lejos como la casona se hundía sobre si misma y el tejado desplomado, convertido en cascotes se recubría con un sudario verde, velando todo el misterio con hierba tierna. Algunas veces desde allí llegaban las melodías de Benancio ya definitivamente tristes.

FIN

CAPITULO IV


CAPITULO IV

Donde averiguaremos como llegó Nefertiti a Asturias. Donde María desvela algunos secretos. Donde la casona nos revela un misterioso desván con puertas tapiadas. Y Ed es nombrado Gran Mayordomo de la Fiesta de la Candelaria.

Mientras se dirigía de nuevo al hotel. Llegó a dos conclusiones; la primera, no mencionar a nadie su hallazgo, la segunda el busto tenía que ser falso, Nefertiti hacía muchísimo tiempo que se exhibía en Berlín.

En el vestíbulo, parapetada tras unas gafas oscuras y un sillón orejero, lo esperaba María. –Shissss, Ed, tenemos que hablar…- Cuando Ed hizo el gesto de sentarse en el sillón orejero María le susurró –No, a solas….en la casa - Ver a María envuelta en tanto misterio escamó a Ed –Espera un momento que subo a buscar las llaves- Ya en la habitación llamó a Benancio, por si las moscas.

-Antes de que se presenten aquí, tengo que explicártelo todo….Somos muchos los que hemos escondido el busto durante años, desde aquel día, en Berlín, mientras la guerra se cebaba en hombres y piedras, el busto fué evacuado y guardado en lugar seguro, …pero cuando reapareció el Agosto de 2005 en La Isla de los Museos de Berlin habíamos tenido tiempo para…-

La cara de Ed mientras escuchaba la historia se fue ensombreciendo, María sabía lo que había en el sótano mejor que él y no estaba sola.

- Pero entonces, es auténtica.

- Claro, que lo es. Mi padre, Alejandro, el que te dejó la casa, fue su último guardián, ahora lo eres tú.

- ¿Por qué yo?

- Porque a mí me conocen.

- ¿Quién?

- Ellos, los descendientes del coronel nazi encargado de la evacuación, descubrió el cambio, y desde entonces no han cejado en el empeño de recuperar el busto. Por eso mi padre la trajo aquí, por eso te la dejó a ti. A mi me siguen, saben quien soy.

Un personaje encapuchado apareció en la ventana, ante el asombro de Ed, empezó a gritarle, mientras cruzaba el dintel desvencijado.

- ¿Qué miras bobo? ¡yo soy la madre de esta tiñosa, una mala pécora que apuñala a su madre por la espalda!

- Fuiste tú quien se fue y nos dejó solos en el peor momento, como una cobarde. Si no quieres ni tan sólo decir que soy tu hija…

La capucha resbaló, era Abigail, que se avalazo sobre María con intención de estamparle el puño en la cara, acto que María repelió con un certero uñazo en la mejilla.

En estas estaban cuando sonó la gaita de Benancio y las mujeres dejaron de pelearse, como por ensalmo, bajo el influjo de la música.

En el dintel encontró un sobre azul a su nombre y en la carta lo que parecía un acrónimo SON I MA CERROC, era lo que le faltaba en ese momento acertijos. Le dio un par de vueltas y lo guardó en el bolsillo. Mientras enfilaba la escalera decidido a explorar el desván, traspasó la puerta entreabierta y se encontró en un espacio octogonal con el suelo cubierto de manzanas, ya momificadas, que dibujaban una estrella cada punta de la cual señalaba una puerta, en cada una de ellas había un cartel con el texto desdibujado, sólo alcanzó a leer cámara de.., … de …azul. Sólo un cartel era fácilmente legible, mayor que los otros y en letras doradas rezaba EL SUPREMO.

Le acuciaba la curiosidad, pero las manzanas desprendían un olor a almendra amarga que terminó por marearlo y cuando empezaba a perder la noción del espacio, del tiempo y de si mismo, un vozarrón entonando una melodía infantil lo devolvió a la realidad –sin música Be…- se descubrió tumbado sobre las manzanas podridas y zarandeado por Benancio, se recostó sobre el corpachón de su amigo y vomitó bilis sobre sus zapatos, mientras descubría en el techo un extraño mural, parecía el reverso maléfico de los frescos de San Antonio de la Florida. Desde la balaustrada le observaban mujeres oscuras y homonúsculos lascivos, bajó la mirada y acompañado de benancio abandonó la casona.

En el camino, un sapo de doble papada les acompañó con su croar redundante, repitiendo una y otra vez su incomprensible mensaje. –Te canta el tecolote- le musitó Benancio y apretó el paso arrastrándolo hacía el hotel.

Al llegar en el vestíbulo reinaba la cogorza general, diríase que todo el pueblo estaba allí reunido, dedicado a la ingesta alcohólica masiva. Al verlo se lanzaron a por él y lo alzaron en volandas al grito de: ¡llegó el Mayordomo!

Ed fue depositado, a trompicones, sobre los toneles de sidra que se amontonaban en la entrada y obligado a hablar, sólo pudo decir – Qué ..- cuando el gentío explotó en un grito unánime. -¡El mayordomo ha hablado, viva la Candelaria! – y centraron su atención en un hombrecillo encaramado en un tablado precario.

– ¡Matarranas, arráncate!- y se arrancó, y cantó toda la noche con voz de sapo bufo, y Ed decidió beber sidra hasta entender o olvidar los acontecimientos de los últimos dos días. Despuntaba ya el sol cuando cesó el canto del Matarranas (que después de un somero análisis era clavadito al del chotacabras) para pregonar – El Mayordomo ya cayó, el alcalde le dio la cuenta, y Cangas puede dormir con los toneles vacíos y la cuenta pagada-

Dicho esto, bajó del tablado y ayudado por Benancio cargaron con el semiinconsciente Ed, para arrastrarlo hasta la habitación y dejarlo en la cama. – Buenas noches Ed, mañana tienes que ir a pagar la cuenta de los toneles al ayuntamiento, ya sabes eres el Mayordomo- Ed no oyó nada, dormía tranquilo por primera vez desde que pisó Cangas de la Bastida.

CAPITULO III

CAPITULO III

En el que nuestro confuso héroe desciende a un sótano, de lo que allí encontró y como a su vuelta al hotel se reencuentra con María, y la noche que allí pasó entre puntillas lagarteranas y colgantes egipcios.

Las tablas del suelo crujían y levantaban nubecillas de polvo bajo el peso de Ed, como si la casona se desperezara después de mucho tiempo de quietud.

En su deambular por las habitaciones de los bajos, en una sala que debió ser en otro tiempo una cocina, halló lo que andaba buscando, un trampilla de acceso al sótano. Mientras bajaba, por la precaria escalera el aire era cada vez más húmedo, olía a tierra vieja y a moho como una cripta.

Tardó un rato en encontrar el tarjetón, buscando entre estanterías cubiertas de polvo y atestadas de figurillas, que bajo su pátina polvorienta parecían vagamente egipcias. Al girarse para volver a subir, vio con el rabillo del ojo algo parecido a huesos, algo parecido a un montón de huesos humanos, Ed no tuvo fuerza para más. Salió tembloroso del sótano ansiando la luz.

Una vez la habitación del Hotel, en un intento de calmarse y decidir qué haceer, pidió la cena y se dedicó a esperar ojeando el pliego de cartas que había encontrado junto al tarjetón garabateado con la secuencia numérica, 5 13 81 16 y una firma ilegible.

Ilegible…cuando llamaron a la puerta con suavidad - ¿Se puede? – Ed guardó los papeles y la puerta se abrió para dejar paso a un bocadillo de chorizo seguido de María.

- Te he traído la cena.

Ed tragó saliva, sudó un poco y logró decir.

- Eh…No tenías que haberte molestado…

Entre el bocadillo y la piel de María pendía un medallón de Isis adornado con lapislázuli. Muy egipcio se le ponía Cangas de la bastida a Ed, concentrado en seguir con su mirada el bamboleo de Isis sobre unos pechos tan distintos a sus recuerdos, que le subyugaban aún más que antaño, bajo la higuera.

Entre tanto los ojos de María recorrían la habitación, con urgencia, en busca de algo.

- No sabes cuanto me alegro de volver a….- La frase colgó de sus labios sin terminar, como la baba de un tonto. María se ruborizó mientras intentaba pausar la mirada. El aire se volvió compacto y la desconfianza medró entre ellos, ¿Qué escondes, más que yo?

- No te veía desde que eras una niña.

- Porque te fuiste.

Silencio. De pronto el aire se llena con el trémulo maullido de una gaita galaico-asturiana. El Benancio aparece en la ventana, para desaparecer entre acordes gimientes de una melodía vagamente reconocible.

La noche se volvió espesa. María dio un giro brusco, para salir, y su colgante se volteó para mostrar a un Osiris amortajado en nácar, el reverso de su reconstructora: Isis.

Y mientras aún resonaba la puerta y los pasos de maría se perdían por el pasillo, empezó a darle vueltas a esa extraña conexión asturiano-faraónica con María y quien sabe más implicado.

Tenía que volver al sótano, pero no volvería sólo.

CAPITULO II

CAPITULO II

Trata de cómo Ed, sumido en la confusión y mareado por el olor a albaricoques, descubre que el asesinato de los Magos no era tal, era una broma macabra especialidad de los moradores de la taberna.

Donde se sabe que Ed sufrió un trauma en ultramar que arrastra por su Asturias natal, fantasmas que asoman en los ojos de María.

Una vez Ed hubo superado el pavor que provoca, en cualquiera, la visión de tres reyes despanzurrados en un charco sanguinolento, de lo que resultó ser pacharan, y entre las risas de los reyes, de la asesina, el policía, que lo era pero no estaba de servicio, y un improvisado lobo, Ed entró en la taberna, azuzado por el hambre y el frio, sin tenerlas todas consigo.

El local estaba decorado con un atroz gusto inglés, que empalagaría a la mismísima Laura Ashley, y es que en Cangas de Labastida, por tradición, son radicalmente anglófilos, entre otras cosas.

Mientras tanto, pasada la novedad de recibir a un forastero, en la taberna las aguas volvían a su cauce, Abigail sirvió un almuerzo a Ed rematado con un pastel de albaricoques e higos y pacharan.

Ed se movía entre el placer del dulce, la repugnancia que había despertado en él la tabernera y su troupe y el convencimiento que la chica que huyó en plena broma, con la que cruzó una fugaz mirada, era la María de sus sueños que una vez más se había esfumado.

Las ganas de huir se habían apoderado de él, continuar su huida iniciada ya hacía tanto que la salida precipitada de Antofagasta hacía este Partido perdido en las montañas de Asturias se le antojaba una nimiedad, una estación más en su viaje sin destino.

Pagó precipitadamente, y salió esquivando al gigantón Benancio, que hacia un momento se hacía pasar por lobo y que ahora desde el dintel de la puerta lo miraba con hosquedad.

Sabiéndose seguido por las miradas de los moradores de la taberna, aceleró el paso de vuelta a la casona, alejándose de los esperpénticos personajes y su desagradable anfitriona.

Ya de vuelta a la casa, entró en un gran recibidor donde se abrían dos puertas a cada lado y frente a él una gran escalinata de madera se perdía en la oscuridad.

En un rincón, junto a una de las puertas, pudo ver un pequeño escritorio, abrió el único cajón con la llave que le entregaron, y sacó de él un legajo de cartas, algunas parecían cifradas o escritas al revés y en un tarjetón estaba escrita una combinación numérica y una rúbrica ilegible.

Estaba intentando descifrar la firma del tarjetón cuando de golpe se abrió una de las puertas del vestíbulo, como impulsada por un tornado doméstico. El sobresalto hizo que el tarjetón que tenía en las manos cayera y se deslizara entre las maderas del suelo desapareciendo bajo sus pies.

CAPITULO I

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

CAPÍTULO I

Trata de cómo Ed regresó a su pueblo para dirigirse, llaves en mano, a una inquietante casona.

Y como salió de ella con miedo y sin llaves buscando un antiguo amor en plena Cabalgata de Reyes y lo que entonces aconteció.

Un lluvioso día de Enero, para ser exactos el 3, Ed, ese confuso héroe, se dirige con paso nervioso atravesando el solar, rumbo a una vieja casona, de la que heredó las llaves.

El día desapacible invita a no salir, invita a recordar viendo llover tras las ventanas y Ed cuando recuerda, recuerda a María, esa niña que pobló los sueños de su infancia con ese beso tímido bajo la gran higuera que aún preside el solar.

Ed, decidido, entra en la casa que resulta estar abierta, allí lo esperan unos curiosos personajes que le advierten –No se quede en esta casa señor-

El fuerte olor metálico que desprenden las llaves en contacto con sus manos, se intensifica y Ed cae desmayado, no sin antes exclamar -¡Jopelines!-

-Jopelines- Dijo Ed, de nuevo cuando volvió en si, más confuso y aturdido que de costumbre. Confusión que aumentó cuando, tras las sucias ventanas, vio aparecer a los mismísimos Reyes Magos de Oriente.

Mínimamente recuperado atravesó la creciente tormenta, una ciénaga y un cementerio en busca de un lugar donde comer algo para atemperar su estómago y puestos a hacer también atemperar su ánimo que hace aguas entre el miedo y el recuerdo de su viejo amor: María.

Entretanto María tomaba café con los tres Magos en CASA ABIGAIL mezcla de taberna y fábrica de dulces donde Abigail reina tras la barra mientras cuece albaricoques en un gran caldero en plena discusión con los Magos sobre el devenir del mundo y el precio de la fruta.

María, en un rincón, se pierde en una melancolía con olor a higos y a piel requemada por el sol de verano. De repente y a tropezones sale hacia la tormenta como si esta la reclamara.

Ed frente a la taberna, se recrea en la luz la calidez y el olor a albaricoques que desprende el local, cuando un grito lo saca de su ensimismamiento – Elduardo Jiménez DosTorres- le espeta Melchor desde la taberna -¿No me conoce?- continua Gaspar –soy yo el cabrero de la finca…- Sin dar tiempo a reaccionar a Ed, los tres Magos son apuñalados brutalmente por Abigail, o ¿Se convierten en lobos?