miércoles, 12 de marzo de 2008

CAPITULO II

CAPITULO II

Trata de cómo Ed, sumido en la confusión y mareado por el olor a albaricoques, descubre que el asesinato de los Magos no era tal, era una broma macabra especialidad de los moradores de la taberna.

Donde se sabe que Ed sufrió un trauma en ultramar que arrastra por su Asturias natal, fantasmas que asoman en los ojos de María.

Una vez Ed hubo superado el pavor que provoca, en cualquiera, la visión de tres reyes despanzurrados en un charco sanguinolento, de lo que resultó ser pacharan, y entre las risas de los reyes, de la asesina, el policía, que lo era pero no estaba de servicio, y un improvisado lobo, Ed entró en la taberna, azuzado por el hambre y el frio, sin tenerlas todas consigo.

El local estaba decorado con un atroz gusto inglés, que empalagaría a la mismísima Laura Ashley, y es que en Cangas de Labastida, por tradición, son radicalmente anglófilos, entre otras cosas.

Mientras tanto, pasada la novedad de recibir a un forastero, en la taberna las aguas volvían a su cauce, Abigail sirvió un almuerzo a Ed rematado con un pastel de albaricoques e higos y pacharan.

Ed se movía entre el placer del dulce, la repugnancia que había despertado en él la tabernera y su troupe y el convencimiento que la chica que huyó en plena broma, con la que cruzó una fugaz mirada, era la María de sus sueños que una vez más se había esfumado.

Las ganas de huir se habían apoderado de él, continuar su huida iniciada ya hacía tanto que la salida precipitada de Antofagasta hacía este Partido perdido en las montañas de Asturias se le antojaba una nimiedad, una estación más en su viaje sin destino.

Pagó precipitadamente, y salió esquivando al gigantón Benancio, que hacia un momento se hacía pasar por lobo y que ahora desde el dintel de la puerta lo miraba con hosquedad.

Sabiéndose seguido por las miradas de los moradores de la taberna, aceleró el paso de vuelta a la casona, alejándose de los esperpénticos personajes y su desagradable anfitriona.

Ya de vuelta a la casa, entró en un gran recibidor donde se abrían dos puertas a cada lado y frente a él una gran escalinata de madera se perdía en la oscuridad.

En un rincón, junto a una de las puertas, pudo ver un pequeño escritorio, abrió el único cajón con la llave que le entregaron, y sacó de él un legajo de cartas, algunas parecían cifradas o escritas al revés y en un tarjetón estaba escrita una combinación numérica y una rúbrica ilegible.

Estaba intentando descifrar la firma del tarjetón cuando de golpe se abrió una de las puertas del vestíbulo, como impulsada por un tornado doméstico. El sobresalto hizo que el tarjetón que tenía en las manos cayera y se deslizara entre las maderas del suelo desapareciendo bajo sus pies.

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