miércoles, 12 de marzo de 2008

CAPITULO III

CAPITULO III

En el que nuestro confuso héroe desciende a un sótano, de lo que allí encontró y como a su vuelta al hotel se reencuentra con María, y la noche que allí pasó entre puntillas lagarteranas y colgantes egipcios.

Las tablas del suelo crujían y levantaban nubecillas de polvo bajo el peso de Ed, como si la casona se desperezara después de mucho tiempo de quietud.

En su deambular por las habitaciones de los bajos, en una sala que debió ser en otro tiempo una cocina, halló lo que andaba buscando, un trampilla de acceso al sótano. Mientras bajaba, por la precaria escalera el aire era cada vez más húmedo, olía a tierra vieja y a moho como una cripta.

Tardó un rato en encontrar el tarjetón, buscando entre estanterías cubiertas de polvo y atestadas de figurillas, que bajo su pátina polvorienta parecían vagamente egipcias. Al girarse para volver a subir, vio con el rabillo del ojo algo parecido a huesos, algo parecido a un montón de huesos humanos, Ed no tuvo fuerza para más. Salió tembloroso del sótano ansiando la luz.

Una vez la habitación del Hotel, en un intento de calmarse y decidir qué haceer, pidió la cena y se dedicó a esperar ojeando el pliego de cartas que había encontrado junto al tarjetón garabateado con la secuencia numérica, 5 13 81 16 y una firma ilegible.

Ilegible…cuando llamaron a la puerta con suavidad - ¿Se puede? – Ed guardó los papeles y la puerta se abrió para dejar paso a un bocadillo de chorizo seguido de María.

- Te he traído la cena.

Ed tragó saliva, sudó un poco y logró decir.

- Eh…No tenías que haberte molestado…

Entre el bocadillo y la piel de María pendía un medallón de Isis adornado con lapislázuli. Muy egipcio se le ponía Cangas de la bastida a Ed, concentrado en seguir con su mirada el bamboleo de Isis sobre unos pechos tan distintos a sus recuerdos, que le subyugaban aún más que antaño, bajo la higuera.

Entre tanto los ojos de María recorrían la habitación, con urgencia, en busca de algo.

- No sabes cuanto me alegro de volver a….- La frase colgó de sus labios sin terminar, como la baba de un tonto. María se ruborizó mientras intentaba pausar la mirada. El aire se volvió compacto y la desconfianza medró entre ellos, ¿Qué escondes, más que yo?

- No te veía desde que eras una niña.

- Porque te fuiste.

Silencio. De pronto el aire se llena con el trémulo maullido de una gaita galaico-asturiana. El Benancio aparece en la ventana, para desaparecer entre acordes gimientes de una melodía vagamente reconocible.

La noche se volvió espesa. María dio un giro brusco, para salir, y su colgante se volteó para mostrar a un Osiris amortajado en nácar, el reverso de su reconstructora: Isis.

Y mientras aún resonaba la puerta y los pasos de maría se perdían por el pasillo, empezó a darle vueltas a esa extraña conexión asturiano-faraónica con María y quien sabe más implicado.

Tenía que volver al sótano, pero no volvería sólo.

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